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De Tulum a Uxmal pasando por Chichen Itzá, este viaje se detiene en ciudades, playas y lugares espectaculares.
Lo mejor es llegar a Cancún por la mañana temprano, alquilar un coche en el aeropuerto, dar la espalda a la ciudad y dirigirse a la costa. A cualquier lugar de la costa. A Puerto Morelos, por ejemplo, que está cerca. Ir a un restaurante junto a la playa con techo de paja y mesas de madera. Desayunar allí unos huevos motuleños, panuchos, chilaquiles, incluso cochinita pibil, y sacudirse con zumos de fruta recién hechos la pegajosa somnolencia que dejan los vuelos transoceánicos. Frente al mar Caribe y la arena blanca, la luz de la mañana es tan clara que deslumbra. Invita a sumergirse en Yucatán.
Hay mucho que descubrir en esta magnífica península que comparten los estados mexicanos de Quintana Roo, Campeche y Yucatán. Fue el escenario del encuentro entre dos civilizaciones que eran como dos universos diferentes. Sucedió hace cinco siglos, pero los vestigios son muy visibles. Hay imponentes ruinas mayas, encantadoras ciudades coloniales y un mestizaje que también ha producido una deliciosa gastronomía. Todo ello en una región llana, en la que casi el 70% de la superficie está cubierta por selvas y su contorno, rodeado de hermosas playas. Estas últimas son el gran reclamo que atrae a la mayoría de los turistas, y es un reclamo poderoso. En Cancún, Playa del Carmen, Cozumel o Isla Mujeres no sólo hay agradables playas, sino también buceo, arrecifes, avistamiento de tiburones, parques temáticos con atracciones y mucha vida nocturna.
Pero las esencias yucatecas no están ahí. La propuesta es ir a Tulum. Este pueblo de aspecto insípido atravesado por la carretera tiene un atractivo inigualable: las únicas ruinas mayas que se asoman al Caribe.Las antiguas construcciones emergen grises sobre las rocas del mismo color y entre la vegetación. Se trata de un yacimiento modesto en dimensiones comparado con las enormidades de Chichén Itzá o Uxmal. Pero allí se encuentran los que se sospecha que son los últimos edificios construidos por los mayas antes de la llegada de los españoles (en el posclásico tardío, entre los siglos XIII y XV), un estratégico enclave comercial convertido en fortaleza rodeada de murallas. La sobriedad de la piedra es abrumadora, pero en su día los edificios se pintaron de colores vivos, rojo, amarillo, azul... Lo que sí conservan son sus kukulcanes (serpientes emplumadas), sus jeroglíficos y su veneración a la abeja. Esto sigue siendo así y la miel yucateca está muy presente en la vida cotidiana. En el desayuno, sobre todo.
Lo más bonito de Tulum es bañarse en la playa bajo las ruinas, desde donde hace más de cinco siglos partían las embarcaciones con las que los mayas comerciaban a lo largo de la costa e incluso llegaban a Belice. Se recomienda bañarse en el agua turquesa y alejarse unas decenas de metros de la orilla. Levantar los ojos y, con la mirada estupefacta y feliz con la que miran los girasoles, contemplar el Castillo que desde arriba domina el paso de los siglos. Es mejor hacerlo a primera hora de la mañana o a última de la tarde, evitando el galimatías de multitudes que en las horas centrales del día enturbia el encanto del lugar.
Donde sí hay sitio para todos es en Playa Paraíso, de nombre muy conocido y cercano. Extensa, de arena blanca y fina, con palmeras que en algunos puntos están casi horizontales como para sumergirse en el agua limpia. Aquí se pueden pasar días sin darse cuenta. Es una postal del ideal caribeño.
Desde Tulum se puede continuar hacia el sur para entrar en la reserva de la biosfera de Sian Ka'an, una selva tropical de más de 5.000 km2 con manglares y una enorme riqueza de fauna: jaguares, pumas, osos hormigueros, águilas, mapaches, monos. ...
Pero suele ser más habitual dirigirse al noroeste, hacia Valladolid y, de paso, visitar el yacimiento de Cobá. Resiste en medio de la selva y eso le da un cierto parecido con Tikal, en Guatemala. Ambos enclaves mayas también tienen en común sus esbeltas pirámides y que muchas de ellas aún no han sido recuperadas de la selva, que las ha convertido en frondosos montículos. La zona es tan extensa que se puede caminar en cualquier dirección. Donde ahora crecen enredaderas, palmeras, orquídeas y acacias, es fácil imaginar el antiguo sacbé, las grandes avenidas elevadas y empedradas por donde caminaban los casi 50.000 habitantes que llegó a tener la ciudad, que vivió su apogeo entre los siglos IX y X.Destaca Nohoch Mul, la gran pirámide de 42 metros de altura, una de las construcciones mayas más majestuosas, que emerge entre el verdor de ceibas y cedros.
Valladolid es una ciudad encantadora con aire colonial, calles empedradas, soportales y edificios con patios tranquilos. Se empezó a construir a mediados del siglo XVI sobre Zaci, una ciudad precolombina que fue desmantelada. Las mujeres mayas, con sus coloridos huipiles, charlan en las esquinas y la ciudad destaca por la plaza central, con el Ayuntamiento y la catedral de San Servacio. Pero, sobre todo, por el templo de San Bernardino y el Convento del Sisal, construido entre 1552 y 1560 con vocación tanto de fortaleza como de templo. Una visita casi obligada es el mercado municipal Donato Bates Herrera, que ofrece un festival de colores, olores y sabores detrás de sus decenas de arcos.Hay quien se atreve a probar aquí las diferentes intensidades del chile habanero, una institución en la gastronomía mexicana.
A un par de manzanas de la plaza central de Valladolid se encuentra el impresionante cenote Zaci. Estas ventanas entre el mundo y el subsuelo siempre han tenido una dimensión más espiritual que lúdica en Yucatán, donde forman parte de la propia identidad de la región. El sustrato de la península es calcáreo y está atravesado por ríos subterráneos que perforan cuevas. Es un lugar esponjoso en términos geológicos. A veces, el techo de estas profundas cavernas se hunde hasta abrir una claraboya. Cenote es un término que proviene del maya y que viene a significar cueva con agua. Para esta cultura venían a ser una puerta al inframundo, e incluso se han encontrado rastros de sacrificios humanos en algunos, especialmente de niños. Los mayas tenían una devoción por el agua como elemento divino.
En los cenotes se nada y se bucea. Hay unos ocho mil en toda la península de Yucatán. A veces están en medio de la selva, otras en medio de una ciudad, una hacienda o una zona arqueológica. Junto con Valladolid, destaca Dzitnup. Cerca de Tulum, los Dos Ojos. En algunos se avanza por canales subterráneos y oscuros y bajo el agua se escuchan como campanas. Hay pequeños peces que cortan el haz de luz de las linternas. Las estalactitas amenazan desde el techo, donde también se cuelan las raíces, húmedas. Flotar boca arriba bajo el gran agujero que deja pasar la luz del sol, rodeado de helechos y vegetación selvática, proporciona una experiencia de fusión con la naturaleza.
Si es posible, merece la pena alojarse en una de esas haciendas que florecieron con el auge del mercado del henequén ( Agave fourcroydes) . Es la planta cuyas fibras se utilizaban para hacer cuerdas y ya era utilizada por los mayas. Pero fue en la última mitad del siglo XIX y la primera del XX, con los procesos mecanizados, cuando la industria adquirió una enorme dimensión. Fue un negocio fabuloso hasta que llegaron los materiales sintéticos y el globo explotó. Lo que queda, sin embargo, son las haciendas señoriales rodeadas de muros de piedra, con enormes habitaciones, muebles nobles importados de Europa, ostentosas almenas, mármoles, carillones, bustos de señores bigotudos y camas con dosel.
Da mucha pereza dejar atrás tanto lujo, pero hay que madrugar para la gran cita: Chichén Itzá. Por muchos yacimientos arqueológicos que se hayan visitado en el mundo, la enormidad de la civilización maya es impactante. La poderosa rotundidad de El Castillo (la gran pirámide) se combina con un finísimo nivel de ejecución en las tallas, de tal manera que cuando llegan los equinoccios del Kukulcán, la serpiente emplumada, a través de un juego de sombras, parece descender a la tierra por las escaleras.
Chichén Itzá nació en el siglo V, y en el X aparece la influencia tolteca, civilización que consolidó la afición a los sacrificios humanos. Deslumbra la cancha de juego de pelota, la más grande de México, con relieves donde se representan las decapitaciones de los jugadores. No está claro si los ganadores o los perdedores eran pasados a cuchillo. Y no sería extraño que fuera a los primeros, porque en esa cultura se valoraba sobre todo acumular méritos para sobrevivir en la memoria de las generaciones futuras. Morir luchando y que se cuenten historias sobre él era el mayor honor para un guerrero.
Sea como fuere, en un muro que ha sido bautizado como la Plataforma de las Calaveras (Tzompantli) se puede ver eso, calaveras, y también águilas comiendo corazones de personas. Allí se exponían las cabezas de los sacrificados.
A pesar de la truculencia de estas prácticas, también se percibe un alto nivel de refinamiento: desde los baños de vapor hasta el observatorio astronómico, con puertas y ventanas alineadas con ciertos cuerpos celestes en determinadas fechas - los mayas tenían un amplio conocimiento de los fenómenos celestes , incluyendo el ciclo de Venus de 584 días. Esta sorprendente combinación de delicadeza y barbarie es una dualidad presente en casi todas las grandes civilizaciones.
De camino a Mérida, es conveniente hacer un pequeño desvío y visitar Izamal. La primera, porque la ciudad es muy conocida porque todos sus edificios son amarillos, por lo que se la conoce como "la ciudad amarilla". La segunda, por la gran pirámide en el corazón de la ciudad, Kinich-Kakmó, que es como una montaña con terrazas. Se puede subir a la cima, una de las más grandes de Yucatán, que a veces parece más un accidente geográfico que una infraestructura construida por el ser humano. Fray Diego de Landa habla mucho de ella en su obra Relación de las cosas de Yucatán . Quien fuera obispo del lugar en 1566 tomó Izamal como referencia para ubicar lugares que aparentemente eran mucho más reconocidos, como el propio Chichén Itzá.
Diego de Landa fue una figura controvertida. Por un lado, en 1562 realizó un gran auto de fe en el que se quemaron miles de ídolos y toneladas de documentos mayas, perdiéndose así un patrimonio vital para el conocimiento de esta cultura. Por otro, su libro es hoy una herramienta fundamental para conocer cómo era aquella civilización. Incluso se declaró sorprendido por la grandeza maya: "En Yucatán hay muchos edificios de gran belleza, que es lo más notable que se ha descubierto en las Indias, todos de piedra muy bien labrada sin tener ningún tipo de metal con el que poder trabajar. Eso también hacía que fueran fáciles de desmontar, y con esas piedras los conquistadores hacían sus grandes obras. Por ejemplo, el convento de San Antonio de Padua, terminado en 1561 aquí mismo en Izamal.
Mérida es la capital de Yucatán y la ciudad más poblada de la península. Roza los 900.000 habitantes. Es encantadora y posiblemente el mejor lugar para empaparse de la historia de esta parte del planeta. Aquí se encuentra el Gran Museo del Mundo Maya, la Catedral de San Ildefonso (también construida con las piedras de una pirámide anterior) y los murales de Fernando Castro de Pacheco (1918-2013) en el Palacio de Gobierno, que hay que visitar. Representan a Gonzalo Guerrero, que tras naufragar en la costa mexicana se unió a la cultura maya y posteriormente luchó contra los españoles. Malinche, una india que trabajó como traductora para Hernán Cortés, tuvo un hijo con él, jugó un papel importante en la conquista y suele considerarse una gran traidora a su pueblo. El choque entre dos mundos o el inicio del mestizaje. Cerca de allí, el Paseo de Montejo exhibe las deslumbrantes mansiones del siglo XIX con las que las familias ricas henequeneras quisieron emular las grandes avenidas de las ciudades europeas.
Mérida es una ciudad con un toque muy cultural y en las cafeterías puede ocurrir a veces que un grupo de estudiantes con aspecto de adolescentes se ponga a discutir sobre Kant y otros filósofos con una magnífica mezcla de pasión e ingenio. En la Plaza Grande hay asientos "tú y yo" donde las parejas se dan la mano sin pasarse. Hay puestos de crepes donde ponen cacao y crema de plátano, y un montón de cosas más.
Y comer bien. La cochinita pibil es quizá el plato más emblemático: carne de cerdo marinada en achiote y cocinada bajo tierra. Resulta muy jugoso. Llama la atención el queso relleno, una bomba calórica de influencia holandesa que incorpora carne picada y salsa. En el lado saludable está la chaya, un arbusto cuyas hojas pierden su toxicidad al freírse y se convierten en láminas muy finas y crujientes. Dicen que es un superalimento.
Da argumentos a Mérida para pasar unos días en ella. Impresiona la fachada de la Casa de los Montejo -la ciudad fue fundada en 1542 por Francisco de Montejo-, muy controvertida por las estatuas de dos conquistadores que utilizan como pedestal cabezas de indios, representados en tamaños menores. Hay que tener en cuenta que en Mérida se forjó la identidad de Yucatán con respecto al resto del país, porque las órdenes virreinales venían directamente de España y no de la Ciudad de México. El nombre de Mérida se debe a que los vestigios mayas recordaban a los conquistadores las ruinas de Emérita Augusta en Extremadura.
Campeche, la ciudad menos turística de Yucatán, es muy tranquila. Sus calles empedradas están bordeadas de edificios bajos en tonos pastel. Los vendedores ambulantes gritan "¡Tengo donas!", las donas locales. Es una ciudad dulce y hay lugares donde preparan el chocolate como lo bebían los antiguos mayas, agitándolo enérgicamente antes de servirlo con mucha espuma por encima. En la plaza, en el pequeño centro amurallado, suele haber conciertos por la noche bajo los algarrobos. Presidiendo todo, la Catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. Está junto al mar, por lo que se puede pasear por el malecón y también por la muralla que protegía la ciudad de los ataques piratas y que tiene ocho baluartes.
Campeche es un buen punto de partida para la Ruta Puuc, que conecta los enclaves mayas dedicados sobre todo al culto de Chaac, dios de la lluvia. Se puede hacer en uno o dos días e incluso hay "autobuses Puuc", con paradas en la imprescindible Uxmal, así como en Labná, Xlapak, Sayil, Kabah y Loitún.
Uxmal destaca por la poderosa Pirámide del Mago, muy original gracias a su base ovalada, sus esquinas redondeadas y sus empinados escalones. La zona arqueológica ocupa varios kilómetros cuadrados. Alrededor de un patio se levantan edificios palaciegos, como el Cuadrángulo de las Monjas, la Casa de las Tortugas o la Casa de los Pájaros.Se requiere un día entero para disfrutar de la singularidad de este bellísimo enclave y de su decoración, con mascarones del dios Chaac o el trono del jaguar bicéfalo. El inmenso Palacio del Gobernador es una obra maestra del arte maya. Se asienta sobre una plataforma de 8 a 12 m de altura y su fachada tiene 20.000 piedras talladas a mano y dispuestas en frisos geométricos. Incluye unos 400 glifos de Venus colocados en las mejillas de las máscaras de Chaac.
Hace 65 millones de años cayó en Yucatán un gran meteorito llamado Chicxulub, y así se llama también el pueblo que está en el centro del cráter de casi 200 km de diámetro que dejó aquel cataclismo cósmico. No es que haya mucho que ver, pero el poder evocador del evento es enorme. Aquí ocurrió algo crucial. Mucho más tarde vinieron las pirámides, las iglesias, las mansiones, los hoteles, los cursos de buceo y los locos clubes nocturnos.
Fuente: National Geographic (https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/yucatan-busca-tesoros-caribe-mexicano_17704)